Al fin, con majestad y gracia extraordinarias, inclinándose primero profundamente, irguiéndose después con orgullo, Orlando tomó el áureo círculo de hojas de fresa y lo ciñó, con un gesto que ninguno de los presentes olvidará, a sus sienes. En este punto se produjo el primer disturbio. O la gente esperaba un milagro -hay quienes dicen que se había profetizado la caída de una lluvia de oro- que no sucedió, o ésa era la señal convenida para el asalto; nadie lo sabe, pero en el instante preciso en que Orlando se ajustó la corona, se elevó un enorme tumulto. Tañeron las campanas; la voz desentonada de los profetas dominó los gritos del pueblo; muchos turcos se postraron de cara y tocaron la tierra con la frente. Forzaron una puerta.
(Orlando - Virginia Woolf-)
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