Rosa Elena Tránsito Amaguaña Alba nació en Pesillo, Cantón Cayambe, al norte de Quito, Ecuador, el 10 de septiembre de 1909. Su infancia transcurrió en la hacienda de La Chimba, en la que sus padres trabajaban como huasipungueros. Se les llamaba huasipungueros porque a cada familia le asignaban una pequeña parcela, un huasipungo, en el que realizaban sus propios cultivos, garantizando así su estancia en la hacienda. Los huasipungueros eran obligados a trabajar día y noche, siete días a la semana y aunque supuestamente debían cobrar un salario por su trabajo, éste se les escamoteaba a menudo. En palabras de la propia Tránsito:
“En ese tiempo plata no veíamos. Nada. Sólo cuando mismo no teníamos nos daban un socorro. Un año, un costal de cebada; otro año, un costal de papa; otro un costal de trigo. Y a las mujeres un rebozo y un centro blanco. Y maltrato doble”. (1)
“En ese tiempo plata no veíamos. Nada. Sólo cuando mismo no teníamos nos daban un socorro. Un año, un costal de cebada; otro año, un costal de papa; otro un costal de trigo. Y a las mujeres un rebozo y un centro blanco. Y maltrato doble”. (1)
Los abusos de los patrones eran constantes, un ejemplo es el caso de la propia tía de Tránsito, su tía Pascuala Amaguaña, que fue sentenciada a muerte por el amo de la hacienda por haber dejado morir a un ternero. Parecida suerte corrió su padre, a quien se le había encargado el cuidado de un rebaño y de curtir las pieles de las reses. Un día que éste no fue a cumplir con su trabajo y el patrón, acompañado de varios hombres, lo sacaron de su choza y lo apalearon brutalmente.
A los siete años Tránsito ya trabajaba en la hacienda pero a los nueve su madre la obligó a ir a la escuela, ya que no quería que fuese analfabeta como ella, pero sus estudios duraron poco. En la escuela, sufrió humillaciones por ser indígena y tras seis meses de estudio comenzó a trabajar como “servicia” para las patronas de la hacienda. A su corta edad tenía que lavar, barrer, llevar leña, servir los almuerzos, ayudar en las cosechas, ordeñar las vacas sin siquiera poder beber la leche... Cualquier pequeño error era pagado con castigos corporales y tareas extras.
En las haciendas era común que los patrones violaran a las niñas empleadas y para prevenirlo sus padres la obligaron a casarse con un hombre mucho mayor que ella. Ella tenía sólo catorce años y él veinticinco. Era alcohólico y la maltrataba; malos tratos que comenzaron el mismo día de su boda. Ya a los quince años se convirtió en madre y tuvo su primer hijo, José Luis. En esta época, a escondidas de su marido, comenzó a asistir a las reuniones de la organización comunal creada por el Partido Socialista. El marido dudaba que ese hijo fuese suyo y durante uno de sus muchos arrebatos violentos la acusó de estar teniendo aventuras con los compañeros de las reuniones. Una noche la emprendió a golpes con ella y a la mañana siguiente Tránsito descubrió a su hijo muerto. Más tarde tuvo dos hijos más, Daniel y Mesías.
A pesar de la oposición de su marido que no quería que ella se involucrara en la lucha de los indígenas, Tránsito decidió que no se rendiría y que se rebelaría contra la injusticia. Ella misma relata como se hartó de recibir palizas y se enzarzó en su última lucha con él:
A los siete años Tránsito ya trabajaba en la hacienda pero a los nueve su madre la obligó a ir a la escuela, ya que no quería que fuese analfabeta como ella, pero sus estudios duraron poco. En la escuela, sufrió humillaciones por ser indígena y tras seis meses de estudio comenzó a trabajar como “servicia” para las patronas de la hacienda. A su corta edad tenía que lavar, barrer, llevar leña, servir los almuerzos, ayudar en las cosechas, ordeñar las vacas sin siquiera poder beber la leche... Cualquier pequeño error era pagado con castigos corporales y tareas extras.
En las haciendas era común que los patrones violaran a las niñas empleadas y para prevenirlo sus padres la obligaron a casarse con un hombre mucho mayor que ella. Ella tenía sólo catorce años y él veinticinco. Era alcohólico y la maltrataba; malos tratos que comenzaron el mismo día de su boda. Ya a los quince años se convirtió en madre y tuvo su primer hijo, José Luis. En esta época, a escondidas de su marido, comenzó a asistir a las reuniones de la organización comunal creada por el Partido Socialista. El marido dudaba que ese hijo fuese suyo y durante uno de sus muchos arrebatos violentos la acusó de estar teniendo aventuras con los compañeros de las reuniones. Una noche la emprendió a golpes con ella y a la mañana siguiente Tránsito descubrió a su hijo muerto. Más tarde tuvo dos hijos más, Daniel y Mesías.
A pesar de la oposición de su marido que no quería que ella se involucrara en la lucha de los indígenas, Tránsito decidió que no se rendiría y que se rebelaría contra la injusticia. Ella misma relata como se hartó de recibir palizas y se enzarzó en su última lucha con él:
“Entonces cuando él vino otra vez a pegarme, patearme y ya estaba fuerte y le dije “¿Sois marido o no sois marido? ¿Soy tu mujer o no soy tu mujer? ¡Me matas o te mato! ¡carajo!”. Me pegó. Yo alcé la mano y le di un chirlazo en la cara. Dos días peleamos, dos días de pura pelea fueron. “¡Si mueres, mueres en mis manos! ¡Si me matas en tus manos he de morir!”, le dije yo. Nos golpeamos dos días solo descansando para tomar agüita. Hinchados los ojos tenía. Morados tenía por todo el cuerpo.”
Tras esa batalla desigual los vecinos acudieron a la choza y encerraron al marido en un cuarto. Éste se marchó cabizbajo al día siguiente.
A partir de ese momento, Tránsito trabajó en diversas tareas, recibiendo sólo comida por su trabajo. A los veintiún años se encontraba sola, con dos hijos a los que cuidar, pero esto no impidió que siguiera colaborando con los líderes de su comunidad que se reunían clandestinamente para luchar por sus derechos. En 1930 participó activamente en la creación de las primeras organizaciones indígenas de su país y tomó parte en veintiséis marchas hacia Quito para exigir justicia para su pueblo; marchas que realizó descalza y con un hijo a cuestas y el otro de la mano. Participó en la creación de los primeros sindicatos agrícolas del país: “El Inca” en Pesillo, “Tierra Libre” en Muyurco y “Pan y Tierra” en La Chimba. A pesar de los malos tratos y el acoso al que eran sujetos los “cabecillas”, Tránsito y sus compañeros redactaron y presentaron una lista de peticiones a los patrones. Entre sus justas exigencias, pedían que se aumentaran los salarios, que tuvieran un día libre y que la jornada fuera de ocho horas.
Tras esa batalla desigual los vecinos acudieron a la choza y encerraron al marido en un cuarto. Éste se marchó cabizbajo al día siguiente.
A partir de ese momento, Tránsito trabajó en diversas tareas, recibiendo sólo comida por su trabajo. A los veintiún años se encontraba sola, con dos hijos a los que cuidar, pero esto no impidió que siguiera colaborando con los líderes de su comunidad que se reunían clandestinamente para luchar por sus derechos. En 1930 participó activamente en la creación de las primeras organizaciones indígenas de su país y tomó parte en veintiséis marchas hacia Quito para exigir justicia para su pueblo; marchas que realizó descalza y con un hijo a cuestas y el otro de la mano. Participó en la creación de los primeros sindicatos agrícolas del país: “El Inca” en Pesillo, “Tierra Libre” en Muyurco y “Pan y Tierra” en La Chimba. A pesar de los malos tratos y el acoso al que eran sujetos los “cabecillas”, Tránsito y sus compañeros redactaron y presentaron una lista de peticiones a los patrones. Entre sus justas exigencias, pedían que se aumentaran los salarios, que tuvieran un día libre y que la jornada fuera de ocho horas.
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