Primero
la vi en un semanal de El País y me quedé ahí, pegada, en esa especie de vacío
en el que nos instalamos cuando no tenemos referentes. Miraba las fotografías
de dos mujeres que podían ser yo dentro de algunos años, pero no eran yo, eran
otras. Guardé aquel número en el armario donde guardo mis cosas importantes,
mis cosas pendientes de comprender. Si yo os contara lo que guardo ahí…
Luego
llegó mi librera feminista con su cartita mensual. Es preciosa –mi librera y
sus cartitas-. Me encanta cuando entre una amalgama de libros comentados y
escritos por mujeres hace un recuadro y dentro de él centra un título: los chicos también escriben.
Y nos comenta siete u ocho obras de escritores con la letra reducida a ocho. “Doce
a ocho”, pienso. Ganamos las mujeres, aunque sea en la letra. Es un puntazo mi librera. Me hace reír y sonreír, que las dos
cosas son importantes.
Pues
eso. Llegó aquella cartita mensual y dentro de ella el comentario sobre un
libro: “El enigma”, de Jan Morris. En dicho comentario había rescatado una de
las peticiones que Jan, cuando era muy pequeñita, bajo la mesa, mientras oraba,
repetía y suplicaba: “y por favor, Señor, permite que sea una niña”.
Corrí
hacia el armario donde guardo mis cosas importantes y allí estaba Jan y la que
fue su mujer y ahora era su amiga. Descansaban plácidamente en una hamaca del
jardín. Me faltaba agilidad en los dedos para pedir el libro, para saber de Jan,
para saber qué ocurre dentro de una persona que lo tiene aparentemente todo:
oficio bien remunerado, mujer, hijas e hijos, posición social, reconocimiento,
respeto…y con todo esto se siente ajena a sí misma, quiere reconocerse y se
embarca en busca de una identidad que no coincide con su biología. Dios era silencio, tenía que ser ella la que se ocupara.
Leí
con avidez, casi sin descanso y pasé por el calvario, la valentía y la
honestidad de Jan. Primero debía explicar a sus hijos, a su mujer; luego
vendría su reasignación sexual con visitas médicas, hormonas, operaciones y por
último enfrentarse a una sociedad que desprecia lo diferente.
Me
di cuenta de la importancia de la palabra para comprender y hacernos comprender
y también me di cuenta de que tal vez el mundo era mucho más diverso de lo que
me habían contado. Y más hermoso.
Y Jan
se hizo mujer, /de pelo largo, / ojos, /
nariz y boca de mujer. Dios quedó al margen.
Y
cuando terminé el libro, también yo era otra, más despierta, más sensible a lo
diferente, al sufrimiento humano.
Pienso
que Jan me hizo mejor persona.
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