Recordaré el 2017 como el año en que a punto estuve de perder mi alegría. Esa con la que me despierto, con la que convivo y que creo transmitir.
Estuve a punto, pero reaccioné a tiempo. No sin ayuda, claro. Las maledicencias, mentiras, inacciones y manipulaciones me enviaron a un lugar lúgubre en el que no veía salida fuera de la contienda diaria.
Ahora que cada cual escriba o interprete la historia. Yo ya lo hice.
Continúo trabajando por el feminismo, algo que me mueve y da sentido a mis días. Albergo la ilusión de las pequeñas cosas ¡Qué feliz me hizo ese sombrero pensando en la posible intérprete de Maruja Mallo. Y ni os cuento las latas de sardinas del 26, año de la fundación del Lyceum. Ningún tesoro hubiese sacado más risas a unas latas. Convivía con mis compañeras, todo me recordaba algo amable y me considero afortunada por estar de nuevo contribuyendo a hacer feminismo y a hacernos felices - no sabría decir qué va antes que qué-.
Hago referencia a Carmen Martín Gaite por varios motivos. Uno de ellos es su hermoso poema "Mi ración de alegría": Defiendo la alegría/ la precaria, amenazada/ difícil alegría... El otro por ser una de las mujeres que más empeño puso en rescatar a las mujeres del Lyceum Club Femenino, por haber descubierto a Elena Fortún, por el estupendo prólogo que incorpora a "Celia, lo que dice" y por habernos llevado, junto a Nuria Varela, a trabajar, conocer y reconocer la labor de muchas de estas mujeres en nuestro flamante libro "Generación del 26", una parte tan solo de lo que será la exposición que preparamos.
Y porque una vez recuperada mi ración de alegría vive en mí Carmen Martín Gaite y eso me aporta una mayor riqueza.
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