Intento iniciar esta entrada con un poco de humor, porque, la verdad, a veces cuesta mantener un tono.
Empecé a participar en listas de correo hace casi 20 años. Recuerdo que me invitó Isabel Cañelles, directora entonces de la Escuela de Escritores. Éramos entre 400 y 500 personas, a veces llegamos a rozar los 600, incluso a pasarlos, aunque realmente activas éramos entre treinta y cuarenta personas. Recuerdo que me agobiaba ver tantos mensajes, por regla general eran textos, o referencias a libros, algunos juegos literarios. Yo quería estar atenta a todo, responder a todo hasta que el agobio llegó a tal límite que le dije a Isabel: no puedo, no puedo seguir. Y el asunto era no puedo seguirlo todo. Entonces Isabel me dijo que una lista de correo había que concebirla como una bar abierto permanentemente. A veces ibas cada día, otras cada mes, a veces había mucha gente y saludabas a una persona; otras te sentabas sola y mirabas. Y eso hice, eso me sirvió. A partir de ahí participaba cuando me apetecía, enviaba algo, leía o pasaba temporadas en silencio.
Cuando fundamos la asociación creé una lista de correo y al día de hoy sigue, aunque casi no entra nadie. Los wasshaps se lo han comido todo. Esa inmediatez y encima a través de un teléfono que llevas siempre encima te hace ser dependiente si no aprendes a pasar, a no leer lo que no te interesa, a dejar pasar. Si hay personas que quieren debatir, que lo hagan. A veces oigo decir que entonces las cosas importantes pasan desapercibidas. Y yo me pregunto: ¿qué es lo importante? Porque lo que es importante para ti, no lo es para otras personas. No creo que sea tan difícil dejar fluir lo que cada una sienta.
Claro, ahora el asunto es que se agotan las baterías...
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