lunes, 26 de junio de 2017

EN GRAND CENTRAL STATION ME SENTÉ Y LLORÉ



Conocí este libro a través de Laura Freixas y siempre estará ligado a ella. Porque la lectura es uno de mis mayores placeres, y agradezco referencias a autoras y a algunos autores como uno de los mayores regalos que puedo recibir. La información es poder, dicen por ahí refiriéndose al campo de la política, pero yo lo aplico al ser íntimo, único, que se alimenta de lo que más necesita y crece y se basta en soledad, incluso en soledad acompañada, por el poder de la palabra, en lo que es mi caso.
Cuando lees vas de asombro en asombro: imposible mejorar esto; pues sí, mejora y mejora con tal cantidad de imágenes que pareciese Elizabeth Smart dotada de un fondo sin fondo de palabras que brillan hasta cegarte.

"Durante tiempo fui burlada. El sentido aleteaba por encima de mi cabeza, siempre fuera de mi alcance. Ahora ha anidado en mí. Se ha hincado en el mismísimo centro del blanco. Yo amo, amo, amo...pero él es también todas las cosas: la noche, las mañanas elásticas, las altas flores de Pascua y las hortensias, los limoneros, las palmeras, las frutas y verduras en brillantes hileras, los pájaros en el pimentero, el sol en el estanque."

Elizabeth vivía en Londres cuando un día entró en una librería, abrió un libro de poemas de un tal George Barker y decidió que ése era el hombre de su vida. Lo buscó hasta dar con él, que ya estaba casado, lo cual no fue impedimento para vivir una historia que dejaría varios hijos.
Pero llegó el desamor. Y la página ciento veintisiete la inicia así: En Grand Central Station me senté y lloré. Lo que sigue es indescriptible ¿Por qué el amor y el dolor se aproximan tanto en la belleza de su expresión?

"El dolor era insoportable, pero yo no quería que terminase: era grandioso como una ópera. Iluminaba todo Grand Centra Station como un Día del Juicio Final. Tenía músculos de acero más poderosos que los de Sansón en plena lucha. Podría haberme mostrado el sueño de Dante entero. Sólo con que hubiera conseguido soportarlo.

Hace poco más de un año, en Nueva York, busqué Grand Central Station me senté y lloré. Lo sentía como mi pequeño y agradecido homenaje.

martes, 20 de junio de 2017

Jan y yo


Primero la vi en un semanal de El País y me quedé ahí, pegada, en esa especie de vacío en el que nos instalamos cuando no tenemos referentes. Miraba las fotografías de dos mujeres que podían ser yo dentro de algunos años, pero no eran yo, eran otras. Guardé aquel número en el armario donde guardo mis cosas importantes, mis cosas pendientes de comprender. Si yo os contara lo que guardo ahí…
Luego llegó mi librera feminista con su cartita mensual. Es preciosa –mi librera y sus cartitas-. Me encanta cuando entre una amalgama de libros comentados y escritos por mujeres hace un recuadro y dentro de él centra un título: los chicos también escriben. Y nos comenta siete u ocho obras de escritores con la letra reducida a ocho. “Doce a ocho”, pienso. Ganamos las mujeres, aunque sea en la letra. Es un puntazo mi librera. Me hace reír y sonreír, que las dos cosas son importantes.
Pues eso. Llegó aquella cartita mensual y dentro de ella el comentario sobre un libro: “El enigma”, de Jan Morris. En dicho comentario había rescatado una de las peticiones que Jan, cuando era muy pequeñita, bajo la mesa, mientras oraba, repetía y suplicaba: “y por favor, Señor, permite que sea una niña”.
Corrí hacia el armario donde guardo mis cosas importantes y allí estaba Jan y la que fue su mujer y ahora era su amiga. Descansaban plácidamente en una hamaca del jardín. Me faltaba agilidad en los dedos para pedir el libro, para saber de Jan, para saber qué ocurre dentro de una persona que lo tiene aparentemente todo: oficio bien remunerado, mujer, hijas e hijos, posición social, reconocimiento, respeto…y con todo esto se siente ajena a sí misma, quiere reconocerse y se embarca en busca de una identidad que no coincide con su biología. Dios era silencio, tenía que ser ella la que se ocupara.
Leí con avidez, casi sin descanso y pasé por el calvario, la valentía y la honestidad de Jan. Primero debía explicar a sus hijos, a su mujer; luego vendría su reasignación sexual con visitas médicas, hormonas, operaciones y por último enfrentarse a una sociedad que desprecia lo diferente.
Me di cuenta de la importancia de la palabra para comprender y hacernos comprender y también me di cuenta de que tal vez el mundo era mucho más diverso de lo que me habían contado. Y más hermoso.
Y Jan se hizo mujer, /de pelo largo, / ojos, / nariz y boca de mujer. Dios quedó al margen.
Y cuando terminé el libro, también yo era otra, más despierta, más sensible a lo diferente, al sufrimiento humano.
Pienso que Jan me hizo mejor persona.



jueves, 8 de junio de 2017

De la pobreza



Siempre he admirado a Leonardo Boff. Sólo he leído un libro suyo que me regaló mi hermana: Ecología. Y cada vez que puedo leo su columna semanal. Es estupendo, radical. Empiezo a moverme de sitio en el sentido del término "radical". A veces nos atribuimos etiquetas con demasiado desparpajo; otras incluso con insolencia.
Y entiendo que la raíz de prácticamente todos los males está en la pobreza. Generalmente se debe a la pobreza económica que va ligada, la mayor parte de las veces, a la pobreza intelectual, emocional. 
El desigual reparto de los recursos, la explotación, la expulsión del mercado de trabajo, la propiedad privada y la privatización de lo público es lo que lleva a las personas a sobrevivir como sea, como puedan. Denunciamos los síntomas, y casi siempre desde una situación de superioridad, pero obviamos las causas. Y la causa principal, la causa generadora de la mayor parte de los males no es sino un sistema criminal y corrupto capaz de reconvertir causas sociales y presentarlas como logros propios para maquillar en algo su voracidad.
Acerquémonos a realidades que nos quedan lejos, conozcamos historias, motivaciones, infancias, y entonces exijamos un salario digno, formación y respeto.
 La primera dignidad de las mujeres es el derecho a comer, a tener un techo, y si el Sistema se lo niega deberán procurárselo por los medios que sean. Yo también lo haría.
Leonardo Boff nos habla de la Declaración de la ilegalidad de la pobreza ante la ONU. Y yo me pregunto si servirá de algo. Declaramos la pobreza ilegal ¿y quién iría a la cárcel?
Aquí vemos parte de la oleada de despidos en el mundo ¿Hemos pensado en las tragedias de estas familias una a una?
¿Hemos pensado a qué se verán abocados hombres y mujeres?
Pues eso. Pongamos la mirada en la diana generadora de este desastre y pensemos en un mejor hacer, si es que aún podemos hacer algo.

 El ser que ha sufrido más injusticia de la creación no son las ballenas ni el oso panda de China, sino los pobres del mundo, pues estos se ven condenados a morir antes de tiempo, o los pueblos en extinción como los caiapós y los yanomamis del Brasil entre otros. De ahí el motivo insoslayable de la opción por los pobres.
                                                                                                                          Ecología. L. Boff


domingo, 4 de junio de 2017

Mi primera escuela



Llevo varios días mirando esta fotografía. Así era yo cuando llegué a mi primera escuela. Me gustaba sentarme en las escaleras y recuerdo que en una ocasión un compañero me dijo: apártate, nene. Entré a un aseo y me miré al espejo ¿Era demasiado joven, tenía aspecto de chico? Me gustaba llevar pantalones y la ropa no demasiado ajustada. Tampoco me gustaban los pendientes. No me preocupé demasiado. Era feliz y estaba enamorada de Jaime. Compartíamos ideales, amor y humor. No se podía pedir más.

Quería a mis niños -entonces ni se nos pasaba por la cabeza el lenguaje inclusivo-. Hoy pienso en Cati, Yolanda, Ana, Verónica... y reconozco la injusticia de negarlas cuando ya es demasiado tarde

¿Quién era yo, qué potencialidades tenía, por qué en mi imaginario no cabía más que la heteronormatividad o la opción sexual inmóvil, estanca? Hoy me respondo a ciertas preguntas y comprendo la intencionalidad de una educación y también cómo las gastaba esa educación a personas que no encajaban en el molde.

Lo más triste de todo es que seguimos prácticamente igual. Reconozco el recorrido, pero siento que apenas es nada para lo que nos queda.

Porque yo podría ser tú, amiga mía, amigo mío. Y al revés.


No som res si no som amb vosaltres
que no som si no sou amb nosaltres
    
                                    Lluis Lllach