Por una de las frecuentes injusticias de la justicia, un arbolico fue desterrado al portón de una vivienda de pisos de clase media donde vivía un ecologista cariñoso. Pero la gente, además de que somos un poco despistados, creemos que la ecología, como la revolución, caen bastante lejos de casa y así, ni el ecologista ni ningún vecino se percató de que el arbolico agonizaba, ni oía sus gritos de auxilio pidiendo un poco de agua. Menos mal que una especia de matrimonio de hermanos que limpiaba la escalera, lo oyeron gritar una mañana temprano, cuando toda la casa estaba en silencio y desde entonces le echaban agua y lo cuidaban, porque aunque no ejercían de ecologistas, tenían un corazón tierno debajo de las conchas protectoras, y lo que son las cosas de la generosa naturaleza, desde entonces el arbolito sonreía a todos los vecinos, especialmente al ecologista cariñoso.
(Mariano González. Fábulas del entretiempo. Cuervo ingenuo)
Gracias Alfonso, mariano, por vuestras miradas sobre las cosas, sobre las gentes...
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