Un 30 de marzo del año 1.900 nace María Moliner. Y moriría 81 años más tarde dejándonos uno de los legados más ambiciosos al que puede aspirar un ser humano: un universo de palabras tan rigurosamente estudiadas, ordenadas y relacionadas que desde su primera edición en el año 66 ha sido el referente más importantante e imprescindibles de estudiosos, linguistas y amantes de la lengua.
Hubiera sido la primera académica de la lengua, pero su candidatura fue rechazada a pesar de contar con uno de los trabajos más prestigiosos en ese campo. Me pregunto los méritos que avalarían a los señores académicos de la época. Un caso más, como vemos, de ocultamiento y devaluación de la mujer.
Magi Camps, en La Vanguardia nos deja estas palabras que definen perfectamente su trabajo:
Además del valor de uso de las palabras, Moliner parte de una premisa fundamental, que se convierte en el ADN de su trabajo: de la idea a la expresión, premisa que ya había desarrollado en su diccionario ideológico Julio Casares (de la idea a la palabra y de la palabra a la idea). De este modo, en cada entrada procura ofrecer toda la información útil alrededor de ese lema, con catálogos de palabras relacionadas y con remites a otros lemas y campos conceptuales. Y es consciente de que en algunos casos el catálogo puede resultar "incoherente e incompleto, pero no dejará de ser útil en algunos casos". Su modestia es un valor añadido. Sabe que no es como los dioses que alcanzan los límites del universo léxico. Sólo como un astrónomo que observa el firmamento de la lengua y ofrece el fruto de sus anotaciones. ¡Pero qué astrónoma! Su cerebro era como un telescopio que no tenía nada que envidiar al famoso Hubble.
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