Hoy me he pasado casi todo el día pensando en la inocencia. Pensaba que nada podía definir mejor este concepto como la carita de Gabriel ante el cesto de los bocadillos.
Porque Gabriel casi nunca trae bocadillo. Recién llegado al cole, cuando se acercaba la hora del reparto antes de salir al patio, Gabriel miraba muy atento al cesto. Su carita expectante se tornaba en asombrada cuando acababan de salir todos los bocadillos ¿Y ande está el mío?, decía. Tú no has traído, Gabriel. Pero yo observaba que él no acababa de entenderlo. Si había colores para todos, plastilina para todos, pintura para todos, ¿cómo es que no había bocadillos para todos? Entonces le daba mi manzana, o le conseguía algo de algún sobrealimentado. Pero al día siguiente la escena se repetía. Y el mío, ¿ande está? De nuevo le explicaba que los bocadillos los ponen los papás y sus papás no le habían puesto porque algunos papás quieren que los niños coman mucho a mediodía y si les ponen bocadillo se les quita el hambre y luego no comen. Su mirada extrañada me indicaba que estaba a punto de descubrir qué pasa con esta mierda de vida.
Hoy ha vuelto después de casi dos meses. Sin bocadillo. Miraba al cesto fijamente, pero su cara había cambiado. Cuando acabó el reparto me miró y yo le dije, Gabriel, ¿quieres unas galletas? Bueno, contestó. Pero noté que en ese bueno había condensado un descubrimiento amargo y que antes o después unos u otros habríamos de pagar su inocencia.
Porque Gabriel casi nunca trae bocadillo. Recién llegado al cole, cuando se acercaba la hora del reparto antes de salir al patio, Gabriel miraba muy atento al cesto. Su carita expectante se tornaba en asombrada cuando acababan de salir todos los bocadillos ¿Y ande está el mío?, decía. Tú no has traído, Gabriel. Pero yo observaba que él no acababa de entenderlo. Si había colores para todos, plastilina para todos, pintura para todos, ¿cómo es que no había bocadillos para todos? Entonces le daba mi manzana, o le conseguía algo de algún sobrealimentado. Pero al día siguiente la escena se repetía. Y el mío, ¿ande está? De nuevo le explicaba que los bocadillos los ponen los papás y sus papás no le habían puesto porque algunos papás quieren que los niños coman mucho a mediodía y si les ponen bocadillo se les quita el hambre y luego no comen. Su mirada extrañada me indicaba que estaba a punto de descubrir qué pasa con esta mierda de vida.
Hoy ha vuelto después de casi dos meses. Sin bocadillo. Miraba al cesto fijamente, pero su cara había cambiado. Cuando acabó el reparto me miró y yo le dije, Gabriel, ¿quieres unas galletas? Bueno, contestó. Pero noté que en ese bueno había condensado un descubrimiento amargo y que antes o después unos u otros habríamos de pagar su inocencia.
3 comentarios:
A veces hay que cometer un crimen para probar que se es inocente.
Al leer tus palabras sobre Gabriel, Nuchi, me ha venido el recuerdo de un poema de Miguel Hernández. Él vivió en una España bien distinta de la actual, pero permitanme traerlo al recuerdo. Aquí les dejo el extracto de la parte final del mismo:
"El Hambre"
Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
sus patas erizadas, sus rencores, su cola.
Arroja los estudios y la sabiduría,
y se quita la máscara, la piel de la cultura,
los ojos de la ciencia, la corteza tardía
de los conocimientos que descubre y procura.
Entonces sólo sabe del mal, del exterminio.
Inventa gases, lanza motivos destructores,
regresa a la pezuña, retrocede al dominio
del colmillo, y avanza sobre los comedores.
Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara
dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.
Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.
Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido,
tanto chacal prohijado, que el vino que me toca,
el pan, el día, el hambre no tenga compartido
con otras hambres puestas noblemente en la boca.
Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.
"Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera"
Y ni a "ser" hombre si a "ser" fiera le ayudaron.
Ahora sí: llega el 2.010
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