Somos una parte que debe imitar al todo.
Identificarse con el propio universo. Todo lo que sea menor que el universo queda sometido al sufrimiento.
Aunque yo muera, el universo continúa. Eso no me consuela si soy distinta del universo. Pero si el universo está en mi alma como un cuerpo más, mi muerte deja de tener para mí más importancia que la de un desconocido cualquiera. Y lo mismo mis sufrimientos.
Simone Weil. Otra gran desconocida. En la sección feminista de la Biblioteca Pública Fernando de Loazes la encontré. Sabía de su existencia a través de un amigo. Miré durante un rato su rostro- el que tenéis ahí y que ilustra la portada del libro- y traté de imaginar quién fue esta mujer, filósofa, mística y consecuente hasta la exasperación. Murió joven, desnutrida y cargada de una luz que todavía alumbra.
Siento tener que devolver el libro mañana. Porque existen libros que te nutren más que mil historias bien contadas. La profundidad de Simone y la valentía para adentrarse en los laberintos del espíritu producen vértigo. Pueden decirse muchas cosas de esta mujer, yo la veo como una activista comprometida, como una mística del sacrificio.
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