domingo, 22 de abril de 2007

Inmigración

Las aulas cambian su configuración en consonancia con la sociedad en que vivimos, aunque me pregunto si tal transformación se percibe de igual manera en todos los colegios. Escucho hablar de la libertad para elegir centro educativo mientras asisto a la siguiente conversación entre dos niños, uno es hijo de un profesor de matemáticas, el otro acaba de llegar de Colombia.

—El gobierno es malo.
—No, no, el gobierno es bueno.
—Es malo.
—Es bueno. Yo conozco al presidente y a otros hombres del gobierno.
—El gobierno es malo porque mató a mi abuelo y a mi tío Camilo.
—Pues yo los he visto por la tele y no tienen pistola.
—Sí que la tienen, pero la llevan escondida.
—Oye, Nuchi, ¿a que los gobiernos no matan a los abuelos?

Miguel

Es un niño ucraniano. Llegó a principio de curso sin saber una palabra de español. Esto lo relegaba a un rincón y en sus ojitos aparecía un fondo de tristeza que sorprende siempre en un niño. Era triste verlo mirar cómo jugaban los otros.
Enseguida empezó a conducir el cochecito de Pablo. Así guiaba y era guiado, así obtenía la seguridad necesaria.
Poco a poco fue haciendo suyas nuestras palabras. Cada palabra nueva aprendida la recibía como un regalo y mostraba una sonrisa de agradecimiento como si hubiese recibido algo muy valioso. Y es que no hay nada como las palabras, pensaba yo.
El lunes pasado se incorporó al aula Valentina, una preciosa niña rusa de pelo rubio y ojos de un azul transparente.
Y se han hecho novios.
Hay que verlos en la línea, con sus manitas cogidas, él le enseña la clase, los aseos, le ofrece su bocadillo, la acaricia con mucha ternura y le enseña palabras.
Y es que no hay nada como las palabras.
* * *
El objetivo de la educación tiene que ser crear condiciones para que las personas se apropien de las palabras y puedan decir y decidir

(Paulo Freire)
Imane

Es marroquí y llegó al aula hace un año. No entendía nada y no intentaba comunicar nada. Le bastaba mirar a su alrededor y sonreír. Cuando le pedía algo muy sencillo como por ejemplo, Imane, ¿puedes cerrar la puerta?, sonreía y me miraba sin ansiedad, sin temor ni preocupación, me miraba directamente a los ojos y sonreía.
Cuando su mamá la recogía por la tarde yo quedaba como atrapada en el abrazo de ambas. No sé, pensaba, a casi todas las niñas sus mamás las besan y abrazan al salir; casi todas son esperadas y recibidas con sonrisas y muestras de alegría por sus familias, ¿qué es entonces lo que veo?
Lo descubrí hace unos días. La mamá de Imane nunca lleva nada en las manos, ni bolsas de compra, ni bolso, ni paquetes. Nada. Sus brazos largos, en consonancia con el resto del cuerpo, llegan cada día dispuestos a envolver a su hija en un tierno y largo abrazo. Sin palabras. Un abrazo silencioso. Porque no se puede abrazar y hablar al mismo tiempo sin el riesgo de que ambas expresiones queden devaluadas. Hay tal delicadeza en ese abrazo que una tiene la certeza de que no existe nada más valioso en el mundo que esa niña para esa madre.
Y ahora, después de todo un verano en Marruecos, Imane ha vuelto como al principio. No entiende nada. Y sonríe. Y su mamá la abraza cada día y yo noto que ella sabe que aquello de la palabra como medio de comunicación es algo restrictivo.
No es que Imane y yo contradigamos a Freire; es que hay abrazos que también nos permiten decir y decidir.

No hay comentarios: