viernes, 7 de septiembre de 2007

Necesidad

Abre los ojos. Abre mucho los ojos. Las piernas juntas, los hombros encogidos. Se frota las manos una y otra vez y su mirada es casi una súplica.

-Entonces... ¿yo puedo venir a trabajar aquí, señora?

-Sí, pero necesitamos un poco de tiempo para ver si las dos estamos a gusto.

-Yo estoy contenta por tener trabajo.

- Bien, ahora vamos a hablar de tu sueldo.

-Lo que usted diga está bien, señora.

-No, no está bien lo que yo diga. Está bien lo que está bien. Aquí existe un salario mínimo y unas horas establecidas, y unas vacaciones...

-Lo que usted diga, señora, lo que diga, gracias, gracias por todo. Yo lo haré todo muy bien, señora, señora gracias, gracias...


Pienso en el desamparo de todas estas personas que huyen del hambre, caen en las mafias, después en nuestras manos, en nuestra voluntad de hacer o no hacer realidad de nuevo la esclavitud.


Me parece, por desgracia, que las esclavas del siglo XX abarcan bastantes más ámbitos de los que creíamos. Y que, potencialmente, todos y todas tenemos libres las manos para ejercer de capataces del sistema.

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